La paradoja de la fe

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La fe cristiana no puede empaquetarse en ningún sitio, ni identificarse con ninguna cultura, ética, religión o metafísica. Ni tan siquiera con lo que habitualmente llamamos religión cristiana. La fe cristiana está más o menos presente en toda experiencia histórica de la humanidad, es trascendente en  ella. En ese esquema la salida para el cristiano de la aporía [razonamiento en el cual pueden surgir contradicciones sin solución] que plantea el creer en que en El Dios Crucificado se revela la verdad definitiva y el creer que nadie, ni el cristiano más pretendidamente ejemplar, posee la verdad, vendría por una especie de lógica de la gratuidad. De hecho, toda experiencia religiosa tiende, por dinamismo propio, a ser compartida. Y lo que quiere compartir el cristiano, con todas las cautelas y la humildad que se quiera, es el gozo de la fe: Dad gratis lo que gratis habéis recibido (Mt 10,8).Esta lógica de la gratuidad nos lleva no a sustituir otra religión con la cristiana, sino a liberar a toda religión de su fardo de camello. El mismo tema de la inculturación, que supuso un indudable y enorme avance en muchos aspectos, suele partir de este supuesto: en última instancia, respetar la cultura, pero sustituir la religión. Sin embargo, si de verdad se acepta que la especificidad del cristianismo no pasa por unos ritos o una ética determinada, ni por un ideal de justicia, ni tan siquiera por amar a los enemigos, sino por una relación gratuita con Dios, no tiene demasiado sentido sustituir una religión determinada por otra. Toda religión y toda cultura puede encajar de algún modo, en sus odres de barro, la experiencia cristiana de la gratuidad. De hecho, esta experiencia ya está incoada (o incluida) en todos los seres humanos.
La gratuidad, si es verdadera gratuidad, está precisamente reñida con el fanatismo y la intolerancia, pero también con las ideologías de la tolerancia. Se trata de una especie de confesión humilde, alegre, solidaria y sobretodo tierna, de quien cree haber descubierto algo que Dios quiere revelar y entregar a todos. Ya se ve que esto no puede hacerse por vía de imposición, sino como oferta, y aún ésta, como oferta gratuita sin presiones. No se trata siquiera de regalar algo propio, sino de compartir un regalo que es para todos y que, trascendiendo todas las culturas y religiones, no es absolutamente extraño a ninguna de ellas. Como regalo, no nos es lícito tener otro interés que el de favorecer a su posible destinatario, cosa que sucederá si y sólo si él lo percibe efectivamente como regalo, como algo gratuito, y no como imposición. Esta lógica de la gratuidad supone, por un lado, una clara y confiada afirmación de la propia identidad, sin desdibujamientos y, por otro, la humildad de quien no remite a sí mismo, de quien ni siquiera insiste demasiado en el modo concreto de comprender la verdad descubierta, pues es consciente de que esa gratuidad podría estar expresándose a veces mejor en otras plasmaciones religativas y biografías humanas que en la suya propia.

Quien a través de Jesús ha descubierto que Dios es amor (1 Jn 4,8.16), presenta, a un Dios que, en su amor, se vuelca en todos y en todas, sin discriminación de ningún tipo (ni siquiera de los malos e injustos: Mt 5,45); que perdona sin condiciones y sin imponer penas (puesto que, en vez de castigar, abraza, agasaja y hace fiesta: Lc 15,22-24); que es incapaz de juzgar y condenar (pues sólo aparece como salvando y dando la vida: Rm 8,31-34); que ama y perdona incluso cuando nuestro corazón nos condena, pues él es mayor que nuestro corazón (1 Jn 3,20). Y sobre todo, un Dios que no responde a la pregunta por el justo o el inocente que sufre. O, si se quiere, un Dios que sólo responde sufriendo, solidarizándose gratuitamente hasta la muerte con el dolor humano acabando con un grito. Un Dios que toca al leproso. También en el budismo hay una gran compasión frente al sufrimiento, pero en el budismo uno aprende a hacerse invulnerable e inmune al sufrimiento, a alzarse por encima del sufrimiento, mientras que en el cristianismo uno aprende a hacerse débil y vulnerable. La tolerancia crítica no sólo no está reñida con la trascendencia universal de la fe cristiana, con esta cada vez más extraña lógica de la gratuidad para las coordenadas del sistema mundial capitalista, sino que desde este esquema tanto la tolerancia crítica como el cristianismo son enriquecidos y potenciados en aquello que tienen de más propio

Jordi Corominas. Cristianismo y tolerancia

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